
A diferencia de los aceites vegetales, como es el de oliva, los aceites esenciales son sustancias muy concentradas y con una textura para nada aceitosa que se usan en cantidades pequeñas y que, por lo general, no pueden utilizarse en la alimentación, ya que en altas cantidades y sin diluirse pueden resultar tóxicos.
Caracterizados por su potente fragancia, se extraen de flores, hojas, resinas, frutas o raíces y, al ser muy volátiles, para conservarlas bien hay que guardarlas en un frasco opaco y un lugar fresco. Sin diluir, tampoco pueden aplicarse directamente en la piel, ya que podrían quemarla, y hay que mezclarlos con agua o los denominados aceites base, como el de almendra o el de oliva.